jueves, 4 de agosto de 2016

Prólogo



Prólogo


En el albor de los tiempos, antes de que hubiera cualquier vida o existencia, antes de que el mundo, con todos sus colores y sensaciones, se formara… Existía vagando por ese desorden Chaos, gobernante de ese silencio.

La nada dominó por millones de lo que hoy llamamos años.

Hasta que una vez, si es que se le pudiese llamar así, cansada de esa monotonía, Chaos puso fin a su eterna y solitaria travesía. Y desde su interior trajo a su universo a un incontable número de hijos animados e inanimados.

Pero en vez de ser un acto de amor o de cambiar el desorden que imperaba, Chaos lo vio como una forma de demostrar a alguien que no fuese a ella misma su poderosa influencia y de calmar momentáneamente su aburrimiento.

De todos aquellos vástagos, siete de ellos, siete dioses, hijos de la confusión y hermanos de la deidad en sangre y corazón, se dieron cuenta de la actitud egocéntrica y posesiva de Chaos. Decepcionados de quién fuese su creadora,  descendieron desde la matriz de su progenitora, alejándose hasta el punto más lejano del centro de los dominios de la diosa. Eso sí, acompañados por otros tantos de sus hermanos menores.

Esos Siete hijos, que serían conocidos como los Grandes Dioses, fueron: Odla, el de los brazos de oro, el dios de la tierra. Lathia, la de los cabellos de zafiro y diosa de la bóveda celestial. Sibel, la de los pies argentados, diosa del agua. Reivaj, de labios ardientes y dios del fuego. Elia, la de piel de porcelana y diosa del viento. Horth, el de espíritu esperanzador, dios del valor. Y por último Ikah, el de ojos rasgados, dios de la dualidad.

Los Siete, decididos a crear un lugar diferente a lo que habían experimentado, y en donde derramar sus dones, iniciaron su labor inmediatamente, y terminaron en lo que para nosotros hubiese sido una eternidad.

En el lugar elegido, Odla, con sus potentes brazos cultivó la roja y negruzca tierra, dándole forma.

“He construido la dura piedra y la suave arena. Aquí fundaremos un nuevo mundo, le llenaremos de cosas nuevas, lejos de la arrogancia y perpetuidad de nuestra madre y a la vez nuestro padre Chaos.”

Y una vez terminó de moldear, dio paso a la primera de sus hermanas.

Lathia creó los cristalinos y vastos cielos, y a través de ellos esparció su vasta presencia.

“Otro mundo de inmenso azul he puesto, pues Odla necesitaba un manto que cubriese la soledad de su mundo terrenal. Y la diosa se fusionó con el firmamento.

Sibel, la tercera hermana, con sus limpias y purificantes lágrimas inundó el nuevo mundo de agua, el elemento del inicio.

“Lloro de alegría, pues delante de mi, Odla y Lathia no podían crear cosa más hermosa y perfecta. Me lleno de gozo pues puedo llenar los huecos caminos que han dejado para que vaciara en ellos mi fascinación en forma de gotas perladas.” Dijo la divinidad en un susurro.

Reivaj, después de sonreír, hizo que de su boca emergiese una gigantesca llamarada esférica a la que llamó “sol”, el cual proporcionaría calor a las futuras formas creadas de la tierra. Una pequeña lengua de fuego, que era parte de la mítica estrella, se separó. Alejándose al otro extremo del mundo se enfrío sin perder su brillo, y tomó forma. El dios la nombró “luna”.

“Da calor durante el día, joven Sol… Joven Luna, vigila la noche como una fiel guardiana…” Exclamó Reijav, satisfecho ante su creación.

Elia, con el movimiento de sus finos dedos, creó los suaves o tempestuosos vientos que danzarían por todos los recovecos del mundo.

“Respirad y volad, dulces aromas de mil esencias… encontrad vuestro lugar en esta esfera.” La bella divinidad, tímida y callada, no hizo más que suspirar.

Horth, con su rica alma jovial, tomó un puñado de la tierra de su hermano mayor, y uniendo su espíritu a la par con sus portentosas manos, esculpió y dio vida a todos los seres, desde el más insignificante insecto hasta el primer ser mortal que desde entonces morarían el mundo que él llamó Mimir.

“Les doy la habilidad de caminar por la tierra perfecta que ha creado Odla, de la cual comerán y dejarán plasmadas sus huellas. Lleven sus ruegos hasta el vasto cielo de Lathia. Beban de la fuente de diamante de Sibel, para que sacien su sed de saber. Despierten cuando la estrella de fuego se levante por el oriente de Reijav, y cuando se esconda iluminen su sueño con el pálido brillo de su diminuta melliza, la luna… Permitid que vuestra alma se llene con el viento de Elia… Vivid pues, y yo os protegeré, tened valor y fe…” Así habló Horth, mientras sus pupilas se tornaban decididas sobre sus criaturas.

Ikah, finalmente, proveyó al alma de cada hombre y mujer, bestia y planta, de su propia esencia: la dualidad que equilibra las fuerzas opuestas e iguales a la vez… Luz y Oscuridad…

“Vuestra sangre, ya sea roja o ambarina… vuestra piel, ya sea blanca o negra. Recordad que a todos, sin excepción, he puesto la semilla del universo: el recuerdo de Chaos. Dependerá de vosotros con cual cubriréis vuestro destino… si envolveréis el don de la vida que Horth os ha dado con el bien o el mal, con el odio o el amor, con las sombras o la luz… Todo será cosa vuestra. Pero no olvidéis que al final sólo encontrareis lo inevitable…”
 
Los Grandes Dioses, complacidos al completar su misión, regresaron a su nueva morada erigida en los cielos.

Sin embargo, los dioses siempre lo sabían. El viento tormentoso de Mimir traerá una trágica historia.

Esta es una vieja historia, ahogada en los recuerdos del mundo sagrado, olvidada a la fuerza por quienes sufrieron y recordada por los valerosos seres como el despertar de un deseo.

Todos los seres cometen errores, unos pequeños… otros más grandes… lo que es cierto es que, al fin y al cabo, estos actos afectan en mayor o menor medida a quienes les rodean. Y tarde o temprano esa deuda debe pagarse.

Las estaciones pasaron sobre aquellos seres creados. Para unos alegremente, para otros de forma hostil. Y Mimir empezó a levantarse. La vida en el “Reino de Oro” comenzó a ser eso, vida, al darse la evolución. Todo en un principio fue armonía, abundancia y prosperidad.

Sin embargo, los milenios pasaron, y todo cambió por intervención de otros dioses procreados por el mismo eco de la confusión, y envenenados por la influencia de Chaos, la deidad que nunca perdonó que sus primeros hijos la abandonaran.

Celosos por las maravillas creadas por los siete dioses, aconsejaron a humanos egoístas en extremo que se levantaran en armas en contra de otras divinidades menores que habían sido elegidos por los dioses creadores para cuidar del bienestar de sus hijos mortales. Inevitablemente, una maléfica guerra se desató… Una batalla en la que nadie ganó…

Los verdes y vastos campos de Mimir perdieron su pureza al ser pisoteados por seres abominables que no supieron comprender el regalo del dios dual. Las altas montañas perdieron su eterna calidez, y fueron envueltas por un gélido frío eterno. La transparencia del mar y de los ríos fueron consumidos por el color escarlata de la sangre… Y la morada de los mortales se asimiló en un ahogante desierto.

Los dioses, desde su eterno paraíso, veían como sus hijos morían uno a uno. La maldad invadió el corazón de Mimir, como si esperase que en cualquier momento detuviese su palpitar.

Hasta que un milagro, entre tantos fantasmas y olor a muerte asfixiando la esperanza, llegó. Dos luces brillantes aparecieron en el firmamento del desvastado reino, dos estrellas de las cuales se cantarían sus hazañas por toda la eternidad... La cruenta batalla terminó hasta la intervención de Ikah y Horth, quienes fueron los únicos que bajaron a la tierra.

A partir de ese día comenzó una segunda y nueva época para la frágil Mimir, conocida como la “Era de Cristal”. Nadie sabe cómo acabó todo. Nadie supo si los dos dioses regresaron a su mundo o se mezclaron entre la prole de los pobres mortales. Sólo se supo que después de que corriera ese río de sangre, Mimir fue relativamente purificado, y sus tierras fueron habitadas por humanos simples y otros con habilidades inimaginables, híbridos, guerreros y semidioses, producto de los deseos de aquellos seres que se llaman así mismos las “Divinidades del Crepúsculo” con los seres de este pequeño y frágil mundo.
 

Sin embargo, algo había sobrevivido a tales consecuencias manteniéndose oculto, y su único sentimiento era la ambición que crecía cada día más con volver a surgir… débil al terminar el ayer… destructivo en el amanecer… 

Nadie supo en qué tiempo ocurrió, ni tampoco con el paso de los años ha llegado alguien a saber la verdad. La mayoría de los seres no le dan importancia pues, realmente, no son cosas de que preocuparse… ¿O quizá la historia que mezcla el principio con el fin como lo predijo Ikah no termina ahí…?

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