jueves, 4 de agosto de 2016

Capítulo I: El Inicio y el Adiós


Capítulo I:
El inicio
y el adiós.



Desde la escuálida cabaña de maderos porosos y palmeras secas que le daban techo, el mar de Mitra se mostraba apacible. Los gránulos suaves y amarillentos de la extensa arena eran salpicados por las espumeantes olas en sus orillas.

Un encorvado viejo de baja estatura, de cabellos pastosos que le caían pesadamente hasta la cintura y apoyado en un grueso cayado alzó la mirada y observó a una taciturna muchacha que se encontraba a su lado, contemplando el paisaje.

Era joven, aunque la delicadeza de sus formas la hacía ya toda una mujer. Tenía el cuerpo delgado y fino, la piel a pesar de que los tostados rayos de sol siempre caían sobre ella era excesivamente blanca como la leche. Los ojos grandes eran de una intrigante combinación de verdes con tonalidades grises que se perdían sobre el azul del océano. Unas tupidas pestañas le daban una belleza más allá de lo natural.

Una refrescante brisa marina comenzó a soplar tímidamente, atravesando todos los recovecos de la costa con su característico ulular, llegando hasta envolver la choza. El viento hizo que sus largos cabellos rojizos bailaran y se mecieran a la par junto con sus ligeros ropajes de tintes nada alegres. El golpeteo de su perfumado pelo en su rostro, era lo único que le obligaba a salir de su silencioso mutismo.

Tyra, huérfana de padres y a quien se le había negado de un pasado, se despedía del lugar que la había adoptado hace ya más de seis años.

-¿Estás segura de lo que piensas hacer? –Quiso saber Ethan, el anciano de iris marrón que vestía una túnica de un blanco roto y apenas cubría la piel arrugada y malicienta. La chica sin ni siquiera sobresaltarse, dejó escapar un suspiro. Le miró nostálgica y a la vez indiferente por unos momentos.
-Si, maestro. –Fue su escueta contestación. –No puedo darme el lujo de volver a vacilar.
-Ya veo. Si es de suma importancia para ti no te detendré.

El hombre se refugió en uno de sus gestos típicos: Acariciar su espesa barba con su encallecida mano izquierda mientras la pelirroja inspiraba profundamente. Estaba completamente decidida. Se recogió los largos y lacios cabellos de fuego y los ató a su nuca con una sencilla red de hilos metálicos para después acomodar ambas manos en el interior de unos gruesos guantes de dura piel.

Ethan, que se jactaba de conocer a la chica como una hija, tuvo que admitir que ella jamás había sido débil de carácter. Si, era cierto, Tyra le tenía sumo respeto. Era agradecida y le veía como el padre que nunca tuvo pero era excesivamente parca en su manera de demostrar sus emociones y él encontraba en ello su talón de Aquiles, una debilidad efímera pero a la vez una poderosa fuerza inigualable…Un arma de dos filos.

-Maestro… –La chica dejó escuchar su voz profundamente femenina mientras se colocaba sobre su nariz y sus labios una mascarilla de plata, ocultando en parte la blanca cara, dando así por terminado sus preparativos para partir. –Le suplico un último consejo.
-Confía…
-Claro. –Tyra susurró escéptica ante tal apacibilidad.

La cara bronceada de Ethan se iluminó, mostró sus encías en un amago de sonrisa y antes de que ella dijera otra cosa, aunque sabía que era una chica de pocas palabras habló en voz más baja como si de una confidencia se tratase:

-Sabes a que me refiero.

Por su carácter no pareció sorprenderle pero no pudo evitar dibujar en sus labios un rictus de amargura que el anciano adivinó a pesar de que se ocultaban detrás del trozo de metal. Sabía internamente que no podía insistir o comenzar una batalla dialética con su mentor, estaba a eones de alcanzar su sabiduría. Se sentía como un pez dentro de una botella de cristal tallado y cuya única realidad era lo empañado que veía a través del vidrio. En cambio Ethan, con su mirada dulce de padre comprensivo también había motes de una vida dura, repleta de conocimientos.

-Por lo tanto, sin más y con su permiso debo partir. –Sin más compañía que una descolorida capa con capucha, la muchacha de ojos gris verdosos echó a andar. No le gustaban las despedidas.
“En el adiós se muere un poco” decían.

Ethan lo sabía y solo le siguió con la mirada. Antes de que se alejara más sólo pudo añadir:

-Eres todavía muy joven, pero la vida te ha hecho madurar. Confías en la naturaleza, pero sería mucho mejor que dejarás fluir tus sentimientos a la par con tu pensar y que algún día dejarás a un lado esa actitud de hielo y siempre sonreirás ante la vista de los demás.

*¨*¨*¨*¨*¨*¨*¨*¨*¨*

Tyra avanzaba sobre su único medio de transporte: ambas piernas. Recorría un tosco sendero cuyo único adorno eran una variedad de lozanas matas de arbustos que le guiaría a los dominios del río Uryan y al suroeste, el hogar de los forajidos.

Era el tercer día de viaje, pero sentía como si llevara una hora avanzando.

El tiempo es de lo de menos…va y viene como el correr del día y la noche. Sólo la vida sucumbe ante el primer ocaso.”

Se mostraba inflexible y dura hasta consigo misma. Dormía poco en lugares muy incómodos, andaba mucho y sólo se alimentaba a lo largo de toda una jornada de tan sólo de un puñado de frutos secos y solamente había bebido el agua de lluvia que cayó la noche anterior.  Aún así se mostraba fuerte y sin dificultades. Cosas tan simples eran un misterio a su lado. No convenía de todos modos tentar a la suerte ni mucho menos jugar con la salud.

La naturaleza le protegería.

Pronto alcanzó un lugar donde varios viajeros como ella pernoctaban para descansar. Aflojó el paso y se secaba el sudor de la frente. Sitio sencillo de más lo que pudo ver:

Junto a unos grandes troncos podridos se levantaban unas improvisadas tiendas hechas de mugrientas telas y que toscos palos las mantenían dudosamente en pie. Dentro de ellas trajinaban una docena de hombres y mujeres de edad adulta. Otros, los más ancianos, algunos con bebés en brazos se la pasaban sentados sobre la tierra, dormitaban o contemplaban el ir y venir de los primeros. Cerca se hallaban tumbados tres pequeñas embarcaciones pintadas de azul, desalineadas y viejas atadas entre si con varias cuerdas nudosas. Varios pares de palas también se hallaban descuidadamente derrumbadas a la par. Se hallaban algo húmedas y despedían un olor a moho, tal vez por falta de mantenimiento correcto.

Estaba claro, el río reinaba a unos cuantos pasos de ahí.

Al otro lado, una niña morena de cabello negro y corto se empeñaba en encender un fuego con que calentarse y preparar la cena. El viento racheado, sin embargo, hacía inútil su intento. A su costado se hallaban desplegadas una variedad de toscas redes, oxidadas cuchillas y sendas cubetas que despedían un olor nauseabundo completaban el ajuar. Por las fachas se deducía que eran pescadores.

Algunos de los hombres que habían salido de una de las tiendillas, con las túnicas arremangadas, limpiaban y troceaban pescado, arrojando con violencia las vísceras a diminutas tinajas de barro que pronto se llenaban de una multitud de insectos más que de la carne rojiza.

Estando a una corta pero prudente distancia, se echó la capa con la capucha encima y se encogió sobre si misma. No porque hiciese frío o tuviese timidez o miedo, más bien para pasar inadvertida al momento que tuviese que pasar a su lado. Hubiese sido mejor tomar otro camino, pero como era el único, además algo le empujaba a hacerlo.

-El lago Elyon se halla a ocho jornadas. –Anunció un obeso y calvo pescador quien refunfuñaba y hacía gestos con las manos para ahuyentar a las moscas que se colaban en su bigote. –Ahí todavía nos quedan varias semanas, sino hasta dos o tres meses para alcanzar la Villa de Keel. En el camino encontraremos algunas buenas posadas y por fin podremos descansar un pooc más cómodamente.

Era el guía que al parecer era la cabeza de las embarcaciones. La chica al escuchar eso se quedó quieta, atenta. Su instinto nunca se equivocaba. Algunos de los que estaban ahí la vieron pero no le prestaron excesiva importancia. Era una caminante más. Nada nuevo bajo el sol.

-Y por fin tendremos una buena pesca, no como esa porquería. El mar está siendo alcanzado por la basura de Sugnark. –Uno de los hombres, de prominente barba rubia señaló las tinajas con desprecio. El calvo le hizo un gesto de común acuerdo.

-Tanto fregarse el lomo para sólo unas cuantas sucias truchas. –Comentó un enano, lanzando un escupitajo a las piedras, sin embargo para su mala estrella una parte termino manchando una parte de su frondosa barba lo que hizo maldecir con estruendo mientras peleaba por limpiar los vellos rojizos. –¡Por las malditas barbas de Odla! ¡¿Cómo carajos puedo echarse un escupitajo y salir con los pelos tan pulcros?!
-Alégrense que aunque sea tenemos algo que llevarnos a la boca. –Amonestó una de las mujeres más ancianas a quien el calor ya la tenía amilanada y que se refrescaba con un abanico improvisado de hoja de palma, ignorando las maldiciendos del enano.
-Lo importante es que por fin podremos estar en paz. –Comentó después una madura matrona envuelta en un vaporoso traje verde que balanceaba en su cabeza un jarro vacío y que se torcía los dedos nerviosamente y que miraba para todos lados. –Estos lugares no me gustan nada.
-Más que estamos cerca del “Lugar Maldito”. –Completó la vieja con rostro lúgubre. El enano la miró con fastidio sin dejar de quitar los pegostes de la saliva.
-Sugnark, mujer. ¿Por qué esa maldita manía de no llamar a los lugares o cosas por su nombre?
-Igual, no puedes negar que ahí vive lo más bajo de todo Mimir hasta lo más pútrido y maléfico. Por algo el rey Aghamen envía los huesos de los magos que perecen en los calabozos y combinado con la escoria. ¡Puagh!

El “Lugar Maldito” era precisamente el suroeste. La aguja de la rosa de los vientos que se avistaban en las brújulas, según los más supersticiosos, no debería estar marcado tal lugar. Era tierra infértil, bombardeado sin piedad por una infinidad de cavernas y poblados de ladrones, asesinos, invocadores de mala reputación, lisiados de todo tipo y bastardos amargados. Cualquiera que tocase con la planta de su pie tal guarida se le consideraba impuro sin importar quién fuera, adulto o niño por igual.

La pelirroja se encogió de hombros. Las personas solían exagerar las cosas. Su presencia ahí no pintaba para nada entre tanto chismorreo sin sentido. Y sin más se alejó hacía el río.

“Tal vez mis antepasados hayan sido del suroeste” Pensó con sarcasmo. Pero pronto en la cabeza de Tyra se dibujó un rostro, la cara blanca y los cabellos rubios de Calik… ¿Hace cuánto tiempo dejaron de verse? ¿Qué estaría haciendo? No es qu ele echase de menos pero conociéndole...estaba más preocupada por lo que él acostumbraba hacer.

No llevaba recorrido ni cien pasos cuando varios gritos y chillidos que retumbaban a la distancia la hicieron volver en sus pasos.No es que le importara pero un característico hedor a sangre que le llevó hasta ella el aire la puso en alerta.

“El viento sopla.”

Dejó que otros momentos pasaran. Después se decidió.

Comprobó al regresar al lugar que había abandonado hace poco que las míseras tiendas habían sido arrasadas y la poca luz que las alumbraba se había extinguido. Las cubas con los restos del pescado habían desaparecido. Por el desorden y la impresión de las huellas de los pies que observó en la tierra bruta supuso que casi toda esa gente había salido corriendo escapando de quien sabe que cosa. Y he dicho bien: “casi toda esa gente”.

La niña que había visto manipulando la fogata estaba tirada boca abajo. Seguramente al tratar de huir ante una inminente desesperación resbaló y cayó al suelo, quedando inconsciente.

La levantó con cuidado y observó que tenía el rostro manchado de sangre y cubierto de polvo. Un par de dientes se le habían desprendido y pendían como hilos de las comisuras de sus labios de manera muy escandalosa, pero el daño no era tan grave. Esa era la sangre que había percibido.

Mientras trataba de atar cabos a lo ocurrido, de repente, un sonoro rugido surgió por su costado derecho. Tomando a la niña giró por el suelo evitando por un pelo en ser la víctima de una siniestra garra que apareció de la nada.

Prontamente se puso de pie con una habilidad envidiable que solo sus piernas le permitían hacer, al mismo tiempo que sus bellos ojos se tornaban terriblemente rasgados.Volteó y trató de identificar a su atacante o más bien a sus atacantes pero sólo logró contar unas siete u ocho sombras que se escurrían como una exhalación entre la oscuridad. Por el característico rugido, Tyra pronto se dio cuenta de lo que eran: Animales de filosas garras, de no gran tamaño pero de una velocidad increíble. Una de las tantas clases de felinos que abundaban en Mimir, pero éstos eran especialmente famosos por su agresividad para con los humanos y que poseían algo mágico...

- Yaguars - Dijo segura de si misma.

Escuchando los secos rugidos de nueva cuenta, la chica esperaba atentamente en caso de que uno de esos ejemplares se lanzará en una frenética carrera en su contra. A pesar de que su visión era casi nula sabía donde estaban pues su aura de vida los delataba. Y sabía que las estaban acorralando. El pescado no había sido suficiente para saciar su hambre.

Antes de que trataran siquiera de acercarse más, Tyra dejó a la pequeña a su lado. No quería lastimarlos. Al fin y en cuentas eran seres vivos, un regalo de la madre naturaleza así que decidió ahuyentarlos. Se puso de pie, de un tirón se quitó la capucha de su cabeza, cerró sus ojos y se concentró.
Levantó su brazo izquierdo y moviendo su mano marcó un círculo en el aire. Acto seguido con la derecha hizo tres lentos movimientos y la apoyó sobre la palma de la otra. En un instante, apareció entre ellas una diminuta esfera que contraía y dilataba su resplandor. La temperatura a su alrededor comenzó a descender y un tintineo cristalino acompañó cada movimiento de la bola de luz blanca.

-Gelum… –Susurró

Sin explicación, comenzó a surgir un vapor que pronto comenzó a expandirse a su alrededor, después invadió toda la escena. Algunos finísimos cristales de hielo comenzaron a emerger y fueron proyectados como agujas sobre la piel de los felinos que comenzaron a chillar de dolor.

El truco funcionó. Los yaguars al sentirse amenazados y adoloridos se alejaron presurosos más con la neblina que les obligó a retroceder.

La joven, satisfecha y segura de que salían de su campo y lejos del río, disipó lo que había hecho. Hubiera sido más sencillo si hubiera utilizado fuego, pero los árboles no se lo hubieran merecido. El provocar un incendio sin justificación no era el modo.

Unos quejidos le advirtieron que la niña estaba despertando. La pobre veía todo nublado. Estaba mareada y moqueante. La nariz le dolía terriblemente.

La ojiverde sin meditarlo la tomó del brazo levantándola en un gesto de ayuda.

-¡No me hagan daño! ¡Por favor! –Gritó la chiquilla al sentir que alguien la agarraba. Trataba de soltarse de la suave pero firme presión de la mujer a quien creyó su atacante. Era claro que estaba aterrada y no se había percatado nada de nada. Lloriqueaba y arreció con sus lamentos al sentir el sabor salado de la sangre y el ardor en las encías –¡Suéltame!
-¡Déjala ir! –Una voz rasposa como la lija se escuchó autoritaria.

La cría reconoció la voz, era del enano y se retorció violentamente. Tyra la soltó antes que la misma se dislocara el brazo y salió corriendo tambaleante pero como un meteoro a sus espaldas. No le sorprendió, ya había sentido la presencia de cada persona que conformaba la multitud que terminaba de acercarse.

Los pescadores, que en el fondo estaban avergonzados de haber huido de esa manera sin pelear siquiera, según en sus propias palabras, habían regresado temerosos a repeler a esos “miserables gatos” más aún al darse cuenta que habían abandonado a una de los infantes.

-¡Mujer! ¿Has sido tú la que has ordenado a esas bestias que nos atacasen?

Ver a una extraña chica, con una vieja túnica, de mirada agresiva, una mascarilla de plata que ocultaba su cara y que en sus manos saliese restos de humo parecía ser muy sospechoso, más aún que coincidiera con la aparición y desaparición de esas criaturas.

-¿Qué clase de monstruo asqueroso eres? –Increpó el calvo cuyos ojos se salían de sus órbitas. Denotaba que tenía más miedo que valentía pues hasta los huesos le chirriaban. Portaba de forma torpe un mazo tosco en la mano izquierda. –¡Responde, bruja de los mil demonios!
-¡Maldita puta, no te quedes callada! –Gritó de nuevo el enano dando un paso adelante agitando un hacha al ver que ella no parecía escuchar las “sutiles” palabras.
Los pensamientos de ella de repente se habían centrado en esos fascinantes seres. Y recordó unas palabras que tenía olvidadas.

“Calik decía que los yaguars hablan la lengua de los dioses y señalan el camino a la verdad perdida”
Arribaron más hombres armados con palos afilados, arpones y antorchas, con las mujeres detrás de ellos, se acercaron amenazadoramente a la pelirroja. Su silencio los hacía parecer más agresivos.

-¡Seguro que es una de esas brujas que habitan el Lugar Maldito! –Bufó la mujer de la vestidura verde. Esto incitó a los demás a prepararse para atacarle.

Ella se echó hacía atrás pero sin temor alguno. Pronto recordó donde estaba y qué había hecho. Su carácter le hizo sentir que había cometido una imprudencia en auxiliar a esa niña que traía la nariz rota y que ahora lloraba en los brazos de la anciana.

“Su destino estaba marcado y yo he intervenido”

¿O quizá no fue un error?

-¡Bruja!

Un leve e inaudible crujido llegó hasta sus sensibles oídos que eran capaces de diferenciar el paso de un lobo al de un ser más grande hizo que clavara sus ojos gris verdosos exactamente en el lugar de donde había provenido. Ahí no había nada, pero su desarrollado sentido no la engañaba.

Pronto lo supo, por las sombras, uno de esos yaguars aún seguía cerca. Sólo que éste tenía algo peculiar y distinto a los demás… ¿O era quizá un lobo? Eso la extrañó, esa clase de animales vivían lejos de las costas. Sin ni siquiera pensarlo, quiso salir de dudas. Se llevó una mano al bolsillo de su túnica lentamente y al sacarla, dejó caer una especie de nuez al suelo.

Antes de que el primero de los que conformaban esa multitud se le lanzara encima, un destello los cegó a todos por un breve instante. La luminosidad fue tanta que intentaron desesperadamente en proteger sus ojos. Una vez con las pupilas levemente heridas, fueron recuperando paulatinamente la visión. Se dieron cuenta que la chica había desaparecido.

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